jueves, 13 de marzo de 2014

Energía convencional: Combustibles fósiles


Fueron las primeras fuentes de energía primaria y, seguramente, las que en mayor medida han contribuido al alto grado de desarrollo de la humanidad. Precisamente esta circunstancia hace que todos los aspectos relacionados con su obtención o extracción, transporte, almacenamiento y uso dispongan de mecanismos y tecnologías suficientemente desarrolladas con independencia de que algunas de ellas resulten más o menos caras y dificultosas comparativamente con las de otras energías.


 Se trata de tres tipos de combustibles, el carbón, el petróleo y el gas natural que en conjunto siguen significando la mayor distribución al consumo y producción de energía en el mundo (Más del 50% en los países desarrollados). No obstante, se ha ido produciendo un intercambio en cuanto al grado de contribución de cada uno de ellos, primero con un aumento del consumo de petróleo en detrimento del carbón y en los años más recientes a favor del gas y en detrimento de los otros dos.


 Al iniciar la década de los 90 el consumo de carbón y gas significaban conjuntamente el 50% del consumo total de energía en el mundo, con ligera ventaja para el carbón, mientras que el petróleo copaba casi otro 40%. En la actualidad a pesar de los muchos esfuerzos realizados a partir de la primera crisis del petróleo en los primeros años de los sesenta, la dependencia de los combustibles fósiles en el mundo no se ha modificado de forma importante y se encuentra entre el 80% y el 90%.

   
 La extracción de estos combustibles desde los yacimientos en que se encuentran son procesos generadores de impactos importantes, y además suelen ir acompañados de operaciones y procesos con incidencias negativas directas sobre la salud del hombre.
    Las minas de carbón a cielo abierto, y en otra medida las subterráneas, además de modificar el paisaje con un fuerte impacto visual, modifican las estructuras de los ecosistemas; y las aguas generadas en los procesos de extracción se contaminan de forma importante con metales pesados, aceites y otros contaminantes usados en la operación.


    La normativa más reciente obliga a las empresas explotadoras a la recuperación del paisaje anterior al inicio de la explotación, y por supuesto, cualquier agua contaminada originada como consecuencia de estas actividades debe ser, obligatoriamente, tratada para evitar la posible contaminación de aguas tanto superficiales como subterráneas. Además esta actividad, que suele requerir la participación directa e intensiva del hombre, ha generado a lo largo de los dos últimos siglos un gran número de afectados por enfermedades profesionales (silicosis) y de muertos como consecuencia de accidentes mineros que, aun en la actualidad, se producen con relativa frecuencia.



    Las instalaciones para la extracción del petróleo y de gas natural tienen unos efectos similares en cuanto a impactos ambientales. El transporte de carbón y petróleo y las instalaciones para su almacenaje representan repercusiones ambientales y modificaciones del paisaje. Concretamente el transporte de petróleo por vía marítima ha venido produciendo un fuerte impacto contaminante como consecuencia de accidentes (Prestige) y también sin ellos como consecuencias de lavados de barcos, pérdidas ocasionales por vaciados de depósitos, etc. Los oleoductos y gasoductos representan por sí mismos grandes infraestructuras con fuertes impactos ambientales, más allá del visual, y la presencia de subestaciones y los accidentes que se producen amplían los problemas que las acompañan.

    Un aspecto prácticamente específico del petróleo, frente a los otros combustibles fósiles, es la necesidad de una industria de transformación que adecue el producto extraído de los yacimientos a sus diferentes usos. El crudo del petróleo, tal cual, tiene aplicaciones muy limitadas, mientras que la multitud de fracciones y sustancias que se pueden obtener de su fraccionamiento e, incluso, de su transformación encuentran un “infinito” número de aplicaciones energéticas y no energéticas.





    Desde el punto de vista del aprovechamiento energético de los combustibles fósiles, la mayoría de los problemas tecnológicos están resueltos, pero aún siguen significando un problema desde el punto de vista medioambiental como consecuencia del aumento del efecto invernadero, motivado por las cuantiosas emisiones de CO2, y de la emisión de otros contaminantes. En el caso del carbón, con mayores contenidos en azufre, la emisión de gases ácidos que a su vez provocan lluvias ácidas, la emisión de partículas sólidas y la generación de cenizas y escorias; y en el caso del petróleo y del gas natural una mayor repercusión de los gases ácidos derivados del nitrógeno.



    Como se puede deducir de lo expuesto a lo largo del texto, el hecho de que se disponga de recursos limitados, la facilidad en cuanto a su uso como fuentes de energía, la posibilidad de obtener materias primas con otros fines, la fuerte contribución al mercado de las fuentes de energía etc., hace de los combustibles fósiles unas materias primas que requieren la aplicación inmediata de los principios del desarrollo sostenible, ya que de no producirse cambios importantes en los próximos años, las generaciones futuras no llegarán a conocerlos y, menos, a disponer de ellos.